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Mostrando entradas de 2017

Esculpir.

Noto tus raíces, te desvaneces entre estas que son mis manos eres laurel te pierdo eres corteza hojas dolor. Tus ramas atraviesan mi piel fina sangro, lloro y no paras de crecer y tu cabello desaparece veo el terror en tu rostro noto como te enfrías. Madera, corteza árbol. Noto tus raíces no eres de nadie y el terror te envuelve gritas por última vez dices mi nombre lloro y no paras de crecer.

Sobre la Nada.

Aire primigenio principio de todo, aliento de vida y alma alimento divino fruto antiguo. Aire celestial manantial de esperanza fuerza creadora y fuente de todo movimiento. Aire kósmos alma y vida.

Necrológica.

Suena hoy en todos los corazones  un réquiem  que golpea como un rayo,  estruendo vital,  un llanto al vacío que desesperadamente  sueña con  un nuevo mañana.  Siente  tan doliente  la cuchillada  que ha roto  un palacio cristalino. Una línea de tiza  se dibuja en el gran muro que ahora es blanco, no quedan dedos  para contar cuantos fueron  los que en batalla lucharon, hoy más que nunca duele la vida y el lamento  acongoja el alma  vuele a resonar  el trueno que   cataliza el rugir de las olas. Llévatelo (Tú) que arrebatas y conduce a buen puerto a quien esta vez fue su yugo su martirio y ejecutor  que nunca pudo con el peso de una existencia tan pesada.  Duerme por siempre su esperanza en una pequeña  pieza de madera. Grita ahora lo que nunca pudiste,  por ti y por los que  no pudieron. 

Templos.

Un dios que se reencarna en desgarro, soledad y llanto; tú, vil apóstol de la Iglesia Pagana que entre los muros infranqueables del templo de tus temores te escondes, sal, escapa o prueba vacío de todo miedo el fuego de la primera llama; tú, erudito del pecado rasga tu piel hasta que todo aquello que una vez fuiste se desprenda o sino prueba el acero sagrado y con ella la penitencia de vida y el castigo de muerte. Tú que pecas, derrama la sangre de aquellos que una vez asesinaste y con ello cree ser perdonado.

Neones y nieve.

Se ha abierto entre nosotros, un abismo que ni los puentes más largos podrán salvar. Una grieta que cruza desde mi pecho a tu espalda, dibujando una extraña, sensual y errática sinfonía en tonos menores blanquecinos que se diluye entre lo profundo, lo tierno y roto de las columnas que nos mantienen el alma, como un templo que decide derruirse entre el placer y lo corrupto de un amor que solo siente uno de los dos; una insólita y solitaria sinfonía que se construye desde el tejado y que nunca llega a resguardar de la lluvia que hay en nosotros y que cala tanto que somos mar, océano y llanto en un mismo cuerpo que se une con la música que surge del dolor de una sirena varada, y que con rabia nos golpea nota tras nota, escala tras escala, recreando la partitura que resuena en tus costillas como una celda de tortura que esconde el secreto de por qué nunca llegaste a amar.

Ausencia y trueno.

Silenciosa te has deslizado entre la noche lenta e implacablemente,  como el cazador  tras su presa,  como la flecha  tan rápida  y certera como un beso dulce.  Te levantaste  como un rugido gritando en truenos y llorando granizo;  cada relámpago  se alzaba entre las nubes como lanzas celestiales, cicatrices de un tiempo desconocido. Amaneces  en mitad de un crepúsculo envejecido solo para hacerme saber que así es como dueles de pronto  sin aviso y  con la certeza de  que me levantaré solo  para escucharte una vez más. 

De madrugada.

Basta, dame silencio dime que me deseas o finge que mirarme no te duele.

Acantilado.

Ahora cada átomo de su frágil cuerpo es parte del mar, del gran acantilado, de la última puesta de sol que sus ojos pudieron ver antes de ser recuerdo antes de ser piedra y madera antes de ser réquiem antes de ser frío. Ahora, cada hueso, cada lágrima y cada nudo en la garganta son polvo y espuma de mar. Ruego a las olas que te lleven a buen puerto y que por favor sepan perdonarte por haberte ido sin dejar un beso de despedida; navega tranquilo en la paz y el descanso de un sueño eterno. Ruego que sepan perdonarte.